dc.description.abstract | Comenzaba la década de los 60 y nuestro grupo nerviosamente iniciaba lecciones en los hospitales de San José. En aquellos años, el estudiante de medicina empezaba su contacto con pacientes, por lo menos 1 ó 2 años después de iniciada la carrera. El estudio del ser humano normal que ya habíamos concluido, continuaba con el del enfermo, y más adelante aprenderíamos el tratamiento. La enfermedad descrita en el libro, de pronto se convertía en un enfermo, y es a este a quien hoy veíamos, cohibido pero inquisidor, en la cama de un hospital. Los profesores nos enseñaban a interrogar y a examinar a los pacientes, y cada gesto suyo, cada pregunta, cada maniobra, eran celosamente guardados en la memoria de los educandos. Con claridad percibíamos, aun a temprana edad, las diferencias entre los especialistas, y casi de manera involuntaria, cada quien iba tomando partido y escogía su futuro camino. Fue durante esos tempranos años, cuando mi vida se cruzó con la de 7 maravillosas personas y excelentes cirujanos, que marcaron para siempre mi destino y, sin quererlo ellos, me hicieron inclinarme por la cirugía. Dos eran serios y profundamente académicos: el Dr. Manuel Aguilar Bonilla y el Dr. Vesalio Guzmán Calleja; 3, decididos, incansables y muy hábiles: el Dr. Longino Soto Pacheco, el Dr. Claudio Orlich Carranza y el Dr. Carlos Prada Díaz, y 2, abordables, prácticos, joviales y amistosos: el Dr. Fernando Valverde Soley y el Dr. Randall Ferris Iglesias... | es_ES |